sábado, 21 de marzo de 2015

LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS



La historia reciente de Argentina ─entiéndanme reciente como desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días─ está llena de complots políticos, golpes de estado y gobiernos de facto. Con rocambolescas historias como batallas entre militares del mismo destacamento en parques de la ciudad, bombardeos del centro de Buenos Aires por militares que querían acabar con un gobierno democrático y desaparecidos que se tragó el río de la Plata. Pero me perdonará usted querido lector si estás historias las dejamos para otro día, ya habrá tiempo para ello. Se lo prometo. Hoy quería centrarme en un capítulo muy significativo, y aterrador, que trajo como consecuencia el atraso en investigación y educación del que en aquel entonces era el país latinoamericano más avanzado y más prometedor.

            Nos encontramos en el día 28 de junio del año 1966. Ese día, el militar Juan Carlos Onagía se había convertido en Presidente de la República Argentina tras derrocar al presidente Arturo Umberto Illia mediante un golpe militar orquestado por él y encabezado por los titulares de las tres fuerzas armadas nacionales. Prácticamente un mes después, el 29 de julio de 1966, se produce uno de los hechos más luctuosos de los primeros días de la dictadura denominada por los propios militares como Revolución Argentina. Los rectores y el decano de la Universidad de Buenos Aires reciben el ultimátum de plegarse a las exigencias del gobierno de facto y eliminar la autonomía universitaria, así como el cogobierno tripartito independiente de la misma y que formaban estudiantes, docentes y graduados. También con ese ultimátum se pedía la desaparición de la libertad de cátedra en las aulas. Una libertad docente alcanzada en los primeros movimientos estudiantiles aparecidos en la ciudad argentina de Córdoba en el año 1918. Añadiendo además, por si esto era poco, que los estudiantes y profesores deberían obedecer a rajatabla las órdenes de los rectores, y éstos las del decano. Quedando por supuesto el decano y sus indicaciones en manos del Ministerio de Educación y por ende en las del dictador Onganía.
            Inmediatamente el decano y los rectores se reúnen en la facultad de Ciencias Exactas, físicas y naturales de la Universidad de Buenos Aires, sita en el céntrico edificio de las Manzanas de las Luces. Ipso facto deciden no aceptar las órdenes del gobierno militar y cierran las puertas quedándose encerrados de forma pacífica en el interior de la facultad, esperando allí la llegada del cuerpo de infantería de la policía federal argentina. 
             Al enterarse Onganía de la negativa de los encerrados en la Mazana de las Luces, ordena que todos los que allí se encontraban fueran duramente reprimidos, sin importar su posición. Los federales reventaron las puertas de la universidad, lanzando bombas de humo e introduciéndose en el lugar con las pistolas en la mano. El primero que se encaminó hacia ellos pidiendo explicaciones por esa tropelía fue el mundialmente famoso investigador Rolando García, que era el decano de la Universidad de Buenos Aires en ese momento ─fallecido hace un par de años en México─. Como toda respuesta recibió un golpe con un largo bastón que le abrió la cabeza, tirándolo al suelo. Aun así, volvió a levantarse, y con su propia sangre derramándose sobre su cara, volvió a reclamar explicaciones, recibiendo de nuevo otro golpe con las largas porras que portaban los policías federales.
        Esa Esa noche fueron detenidas cuatrocientas personas entre profesores, investigadores, estudiantes y trabajadores. Pero antes de ser detenidos, fueron apaleados en el interior del patio de la universidad. Incluso a su salida fueron maltratados por las fuerzas del orden, que les esperaban a ambos lados de la puerta para apalearlos a gusto con los bastones largos hasta que se cansaron. Lo explica muy bien en una carta remitida al diario The New York Times el profesor Warren A. Ambrose ─profesor de matemáticas de la Universidad de Buenos Aires y del Massachussets Institute of Technology─.
         …Fuimos apaleados ferozmente y cruelmente al pasar los detenidos de dos en dos entre la policía federal que colocados a diez pies entre sí, para pegarnos con palos y culatas de rifles; y que nos pateaban rudamente e cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Manteniéndonos con suficiente distancia a los unos de los otros para que cada policía pudiera pegar tan brutalmente como le fuera posible…
            Tras ello, todos los detenidos fueron llevados a la comisaria del sector correspondiente en camiones. Allí tras más palizas, los profesores fueron puestos en libertad esa madrugada sin ninguna explicación. Los estudiantes siguieron retenidos. Mientras esto ocurría, la policía federal destruía laboratorios y quemaba bibliotecas universitarias. Incluso destruyeron en el Instituto de Cálculo Exacto de Buenos Aires a Clementina: la primera computadora de América Latina. Con todo lo que este acto significa.
            En los días posteriores se llevó a cabo la depuración universitaria más cruel y grave hasta la época ─por desgracia los milicos en 1976 los superarían con creces─. Todos los investigadores y profesores que no eran adeptos al régimen perdieron su trabajo y fueron perseguidos. Centenares de investigadores y profesores abandonaron la Argentina para llevar a cabo sus descubrimientos y prometedoras carreras en otros países de América Latina, Europa o en Estados Unidos. La Universidad de Buenos Aires en particular, y la Argentina en general, fue desmantelada y arruinada en los siguientes días, lo que haría retroceder al país a pasos agigantados. Pero como ya hemos dicho, esto solo fue el principio de una cadena de desgraciados y sangrientos momentos que casi llegan hasta nuestros días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario